El yoga quiere llegar a las cárceles argentinas
Adomuka, chaturanga y uttanasana. Estas palabras ya forman parte del mundo «tumbero» gracias a un grupo de instructores que armaron el proyecto Moksha-yoga en la cárcel para llevar esta disciplina a los penales. En el patio del Pabellón 7 de la Unidad Penitenciaria Nº 48 de San Martín, Argentina, también se escuchan frases como «manos al centro del corazón, abran el pecho, ahora cobra, después tabla, respiren, pasamos a estocada y guerrero».
Los que siguen estas indicaciones son 30 internos que en silencio, descalzos y con los ojos cerrados, intentan copiar las posturas que la «profe» Milagros Colombo les muestra con infinito amor y paciencia. De fondo, los acompaña un mural multicolor que ellos mismos pintaron con objetivos a seguir: gratitud, voluntad, paciencia, resiliencia, responsabilidad, libertad y paz son algunas de las palabras que eligieron colgar en la pared a modo de brújula, explica un trabajo especial del diario La Nación.
Sentirse libres
«En las dos horas de la clase, te olvidás de tus problemas. Vamos con tabla, con adomuka, con chaturanga y terminaste realiviado, relajado. Haciendo yoga te sentís libre, salís durante dos horas de este mundo. Estás tan concentrado que no querés que termine la clase», dice Lucas Roldán, de 33 años, que desde hace ocho está privado de su libertad.
Como él, ya son 200 los internos que en siete pabellones de este penal participan de las clases de yoga que esta organización dicta desde hace dos años con el objetivo de transformar su presente y su futuro. Surgió por la inquietud de varios instructores de poder aplicar sus beneficios en estos contextos vulnerables.
«Todos pasamos por nuestra propia piel la práctica del yoga, y como para todos fue tan valioso nos preguntamos en dónde podíamos ofrecer este tesoro», dice Colombo, de tan sólo 29 años. «Y obviamente la cárcel es un sector dejado de lado en muchos aspectos, así que desde el corazón o desde la inteligencia, si mientras los chicos están acá pueden generar un cambio, cuando salgan tienen otras posibilidades y nosotros también, otros vecinos».
El penal es el reino de los contrastes. Candados, rejas, alambres de púa y guardianes uniformados le ponen rostro al encierro. Por otro lado, la pulcritud del lugar y los grandes jardines cuidados le imprimen un aire de country que confunde. Los internos saludan a las voluntarias de Moksha a través de las rejas mientras caminan por los pasillos. Apenas se pueden tocar los dedos. Más allá de las apariencias, esa es la realidad que duele.
Lucas Roldán sabe que el yoga le cambió la vida. Y por eso espera ansioso a que llegue el jueves para poder practicarlo. A veces, incluso, se reúne por las mañanas con otros compañeros para hacer algunas posturas. «A esa hora es más lindo porque se escuchan los pájaros. A veces la gente piensa lo malo de uno por estar detenido por robo o por matar a un policía. Y capaz creen que nos tenemos que pudrir en este lugar. Yo acá logré un cambio enorme», dice convencido.
Además, Roldán es parte de un grupo de internos de máxima seguridad que va con voluntarios de Moksha a pabellones de mediana seguridad a dar clases de yoga.
Allí se encuentran los detenidos por delitos sexuales, que no son bien vistos por el resto de los internos. «Esa fue otra puerta que se abrió. Esto es reintegración, como dijo el Papa. No hay que discriminar al otro, somos todos humanos. Cuando me invitaron ni lo dudé. Estamos todos presos, ellos tienen sus problemas y nosotros los nuestros. Como nos dieron una oportunidad a nosotros, nosotros se la queremos dar a ellos», agrega Roldán.
Ya son 15 los instructores que participan de Moksha, que busca convertirse en una asociación civil. Por ahora, se financian sólo con donaciones particulares y quieren seguir creciendo.
«El yoga trae un montón de presencia y poder estar presente en el cuerpo, en la respiración y en el pensamiento es liberador. Moksha quiere decir libertad interior y tiene que ver con la libertad que trae la presencia. El yoga libera estrés, da tranquilidad mental y te ayuda a tener un momento de presencia para elegir desde qué lugar actúo, hablo, pienso y reacciono en mi vida. A eso apuntamos», cuenta Colombo.
Su sueño es poder algún día dedicarse sólo a dar clases en los penales, que ese sea su trabajo full time. «Esto es todo a pulmón, ad honorem, y necesitamos más apoyo para poder expandirlo. También nos encantaría que el día de mañana pueda haber un profesorado dentro del penal, que los chicos cuando salgan puedan trabajar con nosotros, como una manera de reinserción. Ellos van a tener mucha más capacidad para entrar a otro penal que yo, siendo el testimonio vivo, y habiendo atravesado en carne propia lo que es estar dentro y fuera, y elegir vivir de una manera distinta», concluye Colombo.
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